viernes, 30 de noviembre de 2012

Duro documento de la Iglesia

Las preocupaciones que manifiestan los obispos son unas cuantas: el caudillismo, las amenazas a la libertad de expresión (las mencionan por primera vez), el deterioro de la educación, el riesgo del adoctrinamiento partidista de los alumnos, la cantidad de jóvenes que no trabajan ni estudian, el avance del narcotráfico y la necesidad de que el trabajo reemplace a la dádiva. Eso sí: también le piden actuar con generosidad a la oposición y a toda la dirigencia. Seguramente ante estos reclamos de la Iglesia, el genial Abalito Medina podrá declarar cosas como "si quieren esas cosas que formen un partido y que ganen elecciones" o "les preocupa más lo que pasa en el cielo que lo que pasa en la tierra". En fin, siguen las firmas de la confabulación galáctica contra este gobierno bondadoso y gentíl. 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

El sincero Mursi

Hubo masivas protestas en varias ciudades de Egipto, porque Mohamed Mursi firmó un decreto por el cual la Justicia no podrá revisar sus decisiones. Sin dudas que esto está mal pero no entiendo de que se quejan, por lo menos el tal Mursi es extremandamente sincero y legalista. Acá también le prohíben a la justicia revisar las decisiones del Ejecutivo pero entre gallos y medianoches y a través de apretadas. Por lo menos el positivista,pero poco republicano, Mursi es sincero.  Será totalitario, autoritario y déspota pero en otras latitudes muchos lo son también sin apelar a decretos que transparentan esa situación sino a mecanismos muchísimos más espurios

martes, 27 de noviembre de 2012

Libros de lectura. Gregorio Caro Figueroa.

Gran artículo publicado en la última edición de "Todo es Historia", la exquisita revista fundada por Felix Luna. "Para ser propagadas y arraigar, las ideologías echan mano a simplificaciones que se repiten hasta la saciedad. Conquistar audiencias enarbolando retóricas combativas suele pagarse con la desaprensión por los hechos, pérdida de rigor y con la renuncia a la crítica. Al dar este paso, las ideologías se convierten en un pobre y fatigante repertorio de lugares comunes. Paradójicamente, la estrecha ligazón emotiva aleja a sus predicadores de las fuentes, transformándolos en enfáticos creyentes, entusiastas consumidores de refritos y distribuidores de "fraseologías del vituperio". En ese tránsito, las ideologías son "un pensamiento que combate y que habla para combatir". La ideología es "quizás más un estado de ánimo", anotó Wright Mills. Aunque éste criticó a los teóricos del fin de las ideologías, su validez alcanza a otras expresiones. Cuando se ofrecen asistir al poder, con más disimulo que pudor, las ideologías se despojan de su carácter contestatario y mutan a propaganda complaciente. Usadas por consejeros del Principe, se despojan de su viejo vestuario antisistema. De cuestionar la llamada "cultura oficial", pasan a ser la expresión más dura, más blindada con certezas y de mas férrea voluntad de imposición que las ajenas que criticaron. Sucede lo que señala Schumpeter: las ideologías cristalizan, se convierten en credos impermeables a los argumentos. En algunas heterodoxias anida un impulso dogmático que aún no se atreve a decir su nombre. Contestatarios de ayer, acallan a sus críticas en nombre de credos oficiales. Quienes demandaban controversia tienden a apoltronarse en verdades irrefutables, desdeñando "la indagación de la verdad persistente y temerariamente crítica" dice José Antonio Maravall. La historia escrita no sólo no está a salvo de tales riesgos, sino que está más expuesta a ellos por la seducción que "la casta Clío" ejerce sobre las ideologías que explotan su utilidad como material de propaganda política. La impugnación de la llamada "oficial" en la historia argentina, que comenzó proponiendo una visión matizada e inclusiva del pasado, terminó negando su complejidad, haciendo de los elegidos réprobos y de los réprobos, elegidos. Durante el Bicentenario de Mayo de 1810, se puso más énfasis en condenar la Argentina del Centenario -presentada como paradigma de una época y un régimen nefastos-, que en exaltar los doscientos años del comienzo del largo y difícil camino que condujo a la independencia, a la organización nacional y al acelerado crecimiento del país. Para ser efectivo, ese rechazo a "la historia oficial" no debe ser ni tibio ni parcial: tiene que ser contundente, abarcando todos los temas, períodos y personajes. Conviene recordar que esa obra de demolición no fue iniciada por la izquierda argentina sino por frontales simpatizantes del nazismo y el fascismo.  De allí que el rechazo a la "historia oficial" fuera acompañado de la condena a la democracia, las instituciones republicanas, la educación y los textos escolares presentados como hechura de Sarmiento. Sin embargo, uno de los primeros revisionistas no planteó suplantar una "historia oficial" por una versión simétrica. Según su opinión, no era conveniente enseñar la historia a niños menores de doce años como se les enseñaba a adolescentes. A los primeros había que limitarla "al relato apologético, con vistas a la formación cívico-moral", excluyendo temas polémicos. Esta recomendación no fue tomada en cuenta. A partir de 1948, por primera vez en la historia los libros de lectura de la escuela argentina, se incluyeron miles de textos e imágenes apologéticas de Perón y Eva, aunque cuidando de mantener las de Sarmiento.  Por el contrario, en el repaso de alrededor de 300 títulos de libros de lectura para escuelas primarias (1890-1943) no se encuentra uno solo que mencione a gobernantes, obras de gobierno o propaganda política. No obstante al momento de estudiar los contenidos de los libros, se cuestiona más a los del período de 1900-1943 que a los de 1943-1955. Resulta más sencillo descalificar en bloque a cientos de textos escolares, situándolos ideológicamente dentro del llamado "orden liberal oligárquico-burgués", que reconocer su importancia, no como instrumentos propagandísticos, sino como condición necesaria de ciudadanía, como pedía Sarmiento. La mayor parte de los análisis actuales de esos textos omiten un aspecto importante: lecturas con primeras nociones destinadas a la formación de ciudadanos, y libros específicos referidos a la "Instrucción Cívica" (1890-1943); la "cultura ciudadana" (1943-1955) y la "educación democrática (1955-1960). Ese olvido se corresponde con el desdén por las instituciones republicanas y el apartamiento de la Constitución Nacional. El libro de Instrucción Cívica de 1898, define esta materia como "el estudio elemental del Constitución política de la Nación". O sea, del conjunto de nuestros derechos, obligaciones y libertades. Cuesta imaginar que nuestros abuelos maestros, nuestros padres alumnos y nosotros, hayamos sido moldeados del modo que afirman los que descubren en todos los rincones la larga pedagogía colonialista, antinacional, portuaria y opresiva. Este tipo de interpretaciones no sólo es interesada y contradictoria: es también parcial y equivocada. Cabe preguntar de qué extraño modo puede ser compatible la crítica a los excesos de la educación "patriótica" con el reproche a su "carácter antinacional". Los críticos de esos libros de lectura están más interesados en preconceptos dictados por ideologías o marcos teóricos impuestos a la fuerza, que en los textos mismos, en su experiencia histórica y en su utilidad. ¿Como articular afirmaciones antagónicas? Por un lado, sostener que esos libros fueron instrumentos para modelar la "identidad nacional", a través del territorio, la historia y los valores cívicos. Por otro, decir que fueron vehículos de la "colonialización pedagógica". Del repaso de estos libros y de mis recuerdos escolares, no se desprenden estas conclusiones, porque fue en esos textos donde nuestros padres, abuelos y bisabuelos comenzaron a conocer el territorio, la historia, las instituciones, la ciudadanía y los valores democráticos. Fue en esos libros donde los provincianos comenzamos a leer a nuestros escritores regionales, seleccionados e incorporados como lectura principal. Considerarlos como expresión de centralismo portuario puede ser un complejo de culpa porteño, que no coincide con nuestra percepción de provincianos que aprendimos a leer descubriendo en ellos al país con sus regiones. En el caso de la historia, tampoco es cierto lo que dicen los salteños que padecen de de fobia a lo porteño manifestada como localismo cerril y periférico. No es cierto que Güemes haya sido ignorado en esos libros y tampoco por la "historia oficial": está mencionado en todos esos textos y, en el 80% de ellos, de forma destacada. En mi adolescencia escuché decir a un salteño que Güemes había sido descalificado como caudillo disolvente y borrado de la historia escrita por Mitre, quien habría decidido excluirlo de la Galería de Celebridades argentinas (1857), anticipo de su Historia de Belgrano (1859). Aquella afirmación tajante tenía pies de barro. Años después, leyendo el prólogo de esa Galería encontré el nombre de Güemes al lado del de San Martín, de Belgrano y otros. Mitre, como Sarmiento, modificó sus primeras opiniones respecto a Güemes y lo revalorizó. En 1894 Mitre, acuño la primera medalla de homenaje a Güemes. En 1887 afirmó que Güemes condujo "la mas extraordinaria guerra ofensivo-defensiva", "la mas completa y original" en América. En enero de 1906, al empeorar su salud, Mitre pidió la asistencia de Luis Güemes Castro, médico eminente y nieto del General. La descalificación de estos libros de lectura es otro ejemplo de los excesos de esta contra-historia empeñada en forjar nuevos mitos, en tramar nuevas exclusiones para realimentar y agravar viejos antagonismos. La contra-historia se muerde la cola. Para semejante viaje no necesitaban tantas alforjas, según el dicho español."